EL TOMISMO BAJOMEDIEVAL
Los primeros pasos:
El influjo
indiscutible de los pensadores franciscanos posteriores a Juan Duns Escoto. Por
esos mismos años del siglo XIV, comenzaba una lenta recuperación del tomismo.
Tomás de Aquino, en efecto, había sido canonizado en 1324, disipándose, de esta
forma, todas las dudas sobre la ortodoxia de su síntesis filosófico-teológica.
Dominico San Vicente Ferrer (1350-1419),
gran lógico y excelente teólogo. De su reflexión acerca del cisma de Occidente
es fruto el tratado De moderno schismate,
en el que intentan fundamentar las razones en favor de Benedicto XIII. Pero sus
viajes por Italia le permitieron conocer mejor la real situación de la Iglesia,
apartando progresivamente su apoyo a Benedicto XIII. Medió para que los dos
pontífices llegasen a una solución del cisma; al fracasar en su intento, retiró
su apoyo a Benedicto XIII al comprobar que no estaba dispuesto a abdicar en
bien de la Iglesia.
Dominico San Antonino de Florencia
(1389-1459), dominico, redactor de una importante Summa theologica, que más bien habría que titular Summa moralis. Su interés práctico es
notable, sobre todo, porque concede un gran relieve a las cuestiones
mercantiles, sociales y financieras. Está dividida en cuatro partes. En la
primera estudia el alma, el pecado y la ley. En la segunda trata acerca de los
vicios capitales, la mentira, el voto y la infidelidad. La tercera parte
analiza los diversos estados del hombre (matrimonio, viudedad, milicia,
diversas profesiones, etc.). En la cuarta y última desarrolla las virtudes y
los dones del Espíritu Santo.
Sacerdote secular Pedro Martínez de Osma (t
1480)7. El medio donde tuvo lugar esta implantación fue la Facultad de
Teología de Salamanca. Osma, que había abandonado el nominalismo, decidió
sustituir la «lectura» de las Sentencias lombardianas por la «lectio» de la Summa Theologiae de Santo Tomás.
Tomás de Vio, Cardenal Cayetano (1468-1534):
En Padua se
había se había constituido un cenáculo aristotélico, donde destacaron dos
profesores: Pedro de Pomponazzi y Tomás de Vio, Cardenal Cayetano. Este segundo
quiso ser un tomista fidelísimo, pero se apartó de algunas tesis capitales de
Aquino; lo cual le llevó, a la postre, a mantener algunas doctrinas un tanto
extrañas. Por ejemplo: Aquino había demostrado la pura espiritualidad del alma
y, por consiguiente, su subsistencia después de la muerte; en cambio, Cayetano
sostuvo que sólo por la fe podemos afirmar que el alma humana es inmortal. En
este sentido se manifestó, por ejemplo, durante la celebración del V Concilio
Lateranense (1512-1517), que condenó algunas de las tesis de Pomponazzi.
Con todo,
Cayetano impulsó la reforma intelectual y tuvo una influencia posterior enorme,
especialmente entre los tomistas. Buena parte de la escolástica salmantina y,
sobre todo, el neotomismo del siglo XIX bebieron en la lectura cayetanista de
Tomás de Aquino. Estas son las tres tesis teológicas importantes de Cayetano:
a) El
constitutivo formal o metafísico de la persona. Es preciso distinguir entre
naturaleza y persona, pues, si la naturaleza humana perfecta de Cristo diese
lugar automáticamente a una persona, en Cristo habría dos personas.
b) El destino
final de los niños fallecidos sin bautismo. Los católicos creemos que después
de la muerte hay un interim o duración en que el alma separada subsiste sin
habitar en el cuerpo. En este tiempo pueden ocurrir tres cosas: que las almas
separadas sean purificadas, si murieron en gracia pero con alguna pena temporal
pendiente; que gocen ya de la visión beatífica; o que hayan sido sepultadas definitivamente
en el infierno.
c) La prueba
de Escritura acerca de la presencia real eucarística. Su teología eucarística
sufrió la influencia del Humanismo, particularmente de Lorenzo Valla. Para
Valla, y también para Erasmo de Rotterdam, el único y exclusivo sentido de la
Sagrada Escritura era el sentido literal. Si una afirmación dogmática no se
hallaba literalmente en la Escritura, debía rechazarse.
El tomismo parisino:
Mientras en la
Universidad de Salamanca el tomismo se abría camino y la Orden dominicana
volvía sus ojos a la doctrina filosófica y teológica del Aquinate, en la
Universidad de París se desarrollaba un fenómeno similar, protagonizado por el dominico Pedro Crockaert (f 1514),
apodado también Pedro Bruselense. Primero enseñó filosofía en el convento
parisino de Santiago de 1504 hasta 1507, y en esta fecha comenzó sus cursos de
teología. Crockaert sustituyó, como libro de texto, las Sentencias lombardianas
por la Summa Theologiae aquiniana.
Además, en 1512 decidió editar la Summa
y encargó a Vitoria preparar el texto de la secunda
secundae.
Sin embargo,
mientras el tomismo seguía su senda, abriéndose paso lentamente, el nominalismo
señoreaba los centros intelectuales europeos.
EL NOMINALISMO:
Una cuestión
que ha sido ampliamente debatida por la medievalística es si el nominalismo es
lo mismo que el ockhamismo. La respuesta es —según Rábade— que, si se entienden
los términos con todo rigor, son distintos. El nominalismo estricto se centró
en el problema de los universales. En cambio, el ockhamismo fue una doctrina mucho
más compleja, que se preocupó fundamentalmente por cuestiones gnoseológicas. Si
por nominalismo se entiende una doctrina que reduce la realidad de los
conceptos a puros nombres, entonces el ockhamismo sería más bien un
conceptualismo que un nominalismo. Pero, si por nominalismo se entiende una
filosofía que pone un especial acento en los «nomina», es decir, en los
términos, en tal caso nominalismo y ockhamismo serían sinónimos.
Volviendo al
nominalismo estricto, éste se podría definir como «una ontología de la cosa
singular y concreta, en cuyo estudio y comprensión se dan cita y se
complementan una lógica analítica del lenguaje y una teología de la
omnipotencia divina para poder explicar muchas propiedades de las cosas,
incomprensibles desde el ángulo de la mera singularidad»
Gabriel Biel (ca. 1410-1495) escribió
una obra notable, titulada Collectorium
circa quattuor libros Sententiarum, que ejerció una marcada influencia
sobre Lutero y Melanchton. Cualquiera que se asome ahora a sus páginas quedará
sorprendido por la claridad de exposición, el orden del discurso, la precisión
terminológica y la linealidad de la argumentación. Constituye, sin duda, la
obra de un gran maestro universitario y el fruto maduro de una larga
experiencia docente.
RENACIMIENTO, LUTERANÍSIMO, HUMANISTAS Y CONTROVERSISTAS
El Renacimiento y el Humanismo:
El paso de la
historia medieval a la historia moderna está marcado por tres hechos capitales:
El primero se
presenta en el plano económico-social y consiste en el desarrollo del
precapitalismo debido al surgimiento de una nueva técnica financiera y
bancaria, y al aporte de nuevos metales preciosos procedentes de América; el
segundo, más estrictamente político, es la formación de conglomerados estatales
fuertes a partir de un territorio compacto y de una centralización burocrática,
constituyendo los llamados Estados nacionales; el tercero se sitúa en el plano estrictamente
espiritual y consiste en la irrupción de una nueva filosofía, mejor, de una
nueva concepción de la vida y de una nueva civilización, que se conocen con el nombre
de Humanismo y de Renacimiento.
Para
comprender el cambio operado al fin del Medievo, conviene recordar que la
concepción medieval de la vida y del mundo había sido una concepción
esencialmente universalista y jerárquica. En ella, el hombre en cuanto tal, y
no sólo el individuo, carecía de valor autónomo y se insertaba como una parte simple
e insignificante de un universo mucho más amplio. Con el Humanismo, en cambio,
se asistió a una inversión de tal situación: el hombre pasó a ser el centro, el
eje de la filosofía y de la concepción del mundo.
Con su interés
por la cultura clásica, el Humanismo fomentó la polémica con la escolástica
medieval. Es indiscutible que la escolástica había apreciado las autoridades
clásicas —recuérdese, por ejemplo, la euforia parisina por la traducción de
Aristóteles—. Con todo, el Humanismo renacentista rechazó la escolástica
coetánea, es decir, la escolástica nominalista del siglo XIV, por considerarla
artificialmente sutil, y, con ella, abominó también de la filosofía del
Estagirita, oponiéndole la filosofía de Platón, cuyas obras completas
comenzaban entonces a ser conocidas. Los humanistas pretendían, en definitiva,
una recuperación de la cultura antigua y de la literatura greco-latina, pero
con distingos.
El luteranismo y otras confesiones protestantes:
a) Consideraciones
generales
Mucho se ha
especulado sobre los orígenes del luteranismo. Algunos historiadores
evangélicos han atribuido la protesta religiosa alemana al despotismo de los
papas; otros, por el contrario, han rastreado sus causas en las condiciones
político-sociales del siglo XV y en la especial idiosincrasia del pueblo
alemán; no han faltado quienes han descubierto sus raíces en la decadencia
teológica del siglo XV, especialmente entre los cultores del nominalismo, y en
la influencia de las tesis conciliaristas; otros, finalmente, han rastreado sus
orígenes en sinceros anhelos de reforma religiosa que no fueron adecuadamente
canalizados.
Martín Lutero trastocó el orden
religioso europeo, y una serie de naciones de antigua tradición cristiana se
separaron de la obediencia de Roma. La trascendencia de la Reforma luterana ha
sido, evidentemente, valorada de muy forma distinta, y hasta contradictoria,
por católicos y protestantes.
b) La
teología luterana
La teología de
Lutero afectó a buena parte de toda la teología católica. En primer lugar, a la
doctrina sobre la justificación, con una nueva interpretación de Rom 1,17:
«Pues en El [en Cristo] se revela la justicia de Dios de la fe hacia la fe,
como está escrito: "El justo vivirá de la fe"». La expresión
«justicia de Dios» es una de las más importantes empleadas por San Pablo y
encierra en sí gran riqueza de significado. En la tradición cristiana se había
interpretado fundamentalmente de dos maneras: bien como aquella perfección
divina por la que Dios cumple siempre sus promesas; bien como el estado de
justicia en que el hombre es constituido en virtud de la gracia infundida por
Dios. Lutero, en cambio, entendió la justicia de Dios en sentido activo, como
atributo divino, según el cual Dios es justo en Sí mismo y castiga a los
pecadores y a los injustos.
c) Evolución
heterodoxa del luteranismo
Dos podían
ser, en principio, las posibles direcciones de la Reforma luterana, quizá entre
sí contradictorias: por un lado, fortalecer la autoridad de los príncipes
territoriales alemanes, contra el esquema medieval del subordinacionismo
universal a la autoridad del emperador; por el otro, extremar algunos motivos
liberadores del luteranismo, hasta convertirlo en un movimiento de
reivindicación económico-social, de carácter más o menos milenarista.
d) Orígenes
del calvinismo
Lutero tuvo
muchos discípulos, pero no todos fueron igualmente influyentes. Entre ellos,
quizá haya sido Juan Calvino el de un influjo más notable y duradero.
Juan Calvino (1509-1564), francés
refugiado en Ginebra después de una breve permanencia en Basilea y en Ferrara, aceptó
las tesis principales de Zwinglio y buena parte de las luteranas, y desarrolló
en su Institutio religionis christianae
(1536) una nueva doctrina reformada, que, por el nombre de su creador, se llama
calvinismo. En ella se devalúa notablemente la índole carismática de los
sacramentos y se establece una rígida doctrina predestinacionista, basada en el
triunfo intramundano de los fieles. La iglesia calvinista se diferenció de la
luterana por la aceptación de la elección democrática de los ministros, que
sólo tienen poderes de vigilancia, y por el fuerte sentido teocrático de la
sociedad, confundiendo, en la práctica, el poder político con el poder
temporal.
Polémicas teológicas de los
luteranos con los humanistas:
En estos años
hubo dos polémicas teológicas importantes protagonizadas por los humanistas. La
primera, por Reuchlin; la segunda, por Erasmo de Rotterdam.
Juan Reuchlin (1455-1522) había
estudiado latín y griego en Francia y en Italia. Estaba de regreso en Alemania
en 1492, donde fue recibido con singulares honores por el emperador. Entonces
comenzó a interesarse por el hebreo y se inició en los círculos cabalistas, intentando
desentrañar el significado profundo del tetragrama (JHVH). Dios habría enseñado
a Moisés el arte de ordenar las letras dotándolas de virtud mágica. Esta
ciencia oculta habría pasado a los Setenta y después a ciertas comunidades
esotéricas.
La otra
polémica teológica antes citada tuvo lugar entre el mismo Lutero y Erasmo de Rotterdam (1467-1536). Las
relaciones directas entre ambos comenzaron en 1519, cuando el Reformador
escribió al Humanista interesándole en su causa. La respuesta de Erasmo fue más
bien evasiva. En los años siguientes, Erasmo recibió todo tipo de presiones
para que tomase partido contra Lutero. Finalmente se decidió a intervenir y, a
finales de 1523, comenzó su Conferencia o diálogo sobre el libre arbitrio, que
terminaría en febrero del año siguiente. En ella, Erasmo definía el libre
albedrío como «la facultad o capacidad que tiene el hombre de aplicarse a las
cosas que miran a la vida eterna, o a las que le apartan de ella».
Los controversistas católicos:
La diatriba de
Lutero con los teólogos católicos alemanes comenzó pronto. La primera gran
disputa teológica tuvo lugar en Leipzig en 1519, en la que tuvo como
contrincante a Juan Eck (1486-1543). Eck,
excelente párroco y buen teólogo, desarrolló, en polémica con Lutero, la idea
de que la gracia no supone limitación alguna a la voluntad y al ejercicio de la
libertad. Buena parte de su esfuerzo consistió en predicar que se pueden
armonizar Dios y el hombre, la gracia y la voluntad. También comprendió la
importancia teológica del primado petrino, frente a las pretensiones de los novadores.
Su
argumentación fue, en este campo, no sólo especulativa, sino sobre todo
positiva, retrocediendo hasta argüir con aquellas fuentes que realmente eran
reconocidas por Lutero: la Sagrada Escritura, sobre todo, y, en cierto modo,
los antiguos concilios y los Padres.
Juan Codeo (1479-1552). Convertido de
su primera etapa humanista, quizá proclive a la causa protestante, pasó a
dedicar todas sus energías, desde 1521, a combatir a los luteranos, empeñando
en ello su fortuna personal y toda su influencia. De estilo agresivo y de escasos
conocimientos teológicos al principio, se enriqueció especulativamente con el
paso del tiempo, aunque siempre conservó el estilo excesivamente detallista
característico de los filólogos, prefiriendo la refutación palabra por palabra
a los grandes vuelos controversistas.
Su evolución
espiritual fue notable, renunciando incluso, al final de su vida, a la
publicación de sus propias obras para patrocinar la edición de escritos
polémicos de mayor interés católico.
Ambrosio Catarino (1487-1553), espíritu
independiente, trabajó sobre gran número de cuestiones. Ha pasado a la
posteridad por haber sostenido que un fiel puede conocer con certeza, o sea,
con fe divina, pero sin revelación particular, si está o no en gracia habitual;
que el pecado original originante, es decir, el pecado actual de Adán, sólo se
imputa extrínsecamente a su descendencia; y que basta, para la válida administración
de los sacramentos, la mera atención exterior del ministro. Contra la escuela dominicana,
defendió la Inmaculada Concepción. También distinguió dos clases de
predestinación: una absoluta, de aquellos hombres que Dios quiere salvar a toda
costa; y la predestinación relativa, o sea, la de los que se pueden salvar,
pero cuyo número no ha sido fijado por la voluntad divina.
Pedro de Soto o de Sotomayor
(1496/1500-1563) fue el típico representante del renacimiento teológico
español del siglo XVI y activo colaborador del Concilio de Trento en sus tres
etapas. Durante la primera de ellas, se manifestó partidario de que fuese
declarada de iure divino la obligatoriedad de la residencia episcopal, que
consideró, además, como remedio fundamental para la reforma in capite et in membris de la Iglesia.
Conocía bien la teología agustiniana y la tomista y, por ello, estuvo muy
sensibilizado en la tema de las relaciones entre la libertad y la gracia,
manteniendo una intensa y amistosa polémica con el lovaniense Ruardo Tapper (f
1559).
Fue, por
tanto, un gran apologista de la fe católica, buen conocedor de los argumentos
luteranos y un hábil controversista. En sus escritos, tanto académicos
(Lecciones de Dillinga, por ejemplo)
como de otra índole, se aprecia un excelente conocimiento de la tradición eclesiástica
y de los actos magisteriales de las distintas épocas. En la doctrina de la
gracia está todavía lejos de las sutilezas de la controversia de auxiliis, pero se inscribe ya en la
corriente teológica que después será ampliamente desarrollada por Báñez.
Smta. José Aparicio Sánchez
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