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José Illanes

INTRODUCCIÓN A LA HISTORIA DE LA TEOLOGÍA

    A través de las siguientes líneas, se quiere presentar una visión sintetizada de lo que es la Historia de la Teología. Pero antes, es importante aclarar los conceptos de historia y teología. En tal sentido, existen tres hechos que permiten mantener el orden y la armonía de la verdad aunque no sea fácil, como lo es el pasado, el presente y el futuro. En este caso se abarcará el primero, el cual va a permitir comprender el momento actual y de esta forma poder proyectar, aunque siempre será incierto, el porvenir. La historia forma parte de lo que ya sucedió. Sea de forma positiva o negativa, nos permite comprender todos aquellos acontecimientos, sobre todo, a partir del surgimiento de la escritura. Ya sea de carácter sincrónica; hechos de la misma época, o diacrónica; de épocas diferentes. También, se puede resaltar que la historia es considerada como una ciencia porque envuelve en un conjunto lo que es la naturaleza, la sociedad, el hombre y sus pensamientos, no sólo para recordar, sino que contribuye a nuestro crecimiento como personas capaces de conocer, de comprender, de racionalizar la información y de tomar esos antecedentes para seguir construyendo día a día una nueva realidad. Por otra parte, la Teología, palabra compuesta por dos vocablos de origen griego: theos, que significa Dios, y logía, que quiere decir estudio; es el estudio de Dios, y de todo lo relacionado a él. Por consiguiente, la Historia de la Teología, es una disciplina del pensamiento teológico pero en relación a lo que tiene que ver con los procesos documentales, cronológicos e históricos-positivos de esta ciencia.
     Siguiendo este orden de ideas, vale resaltar lo que señalan José Luis Illanes Maestre y Josep Ignasi Saranyana en su obra Historia de la Teología, citando a  Tomás de Aquino, quien dijo: “que el estudio de lo que han dicho los antiguos debía tener por fin no tanto conocer lo que han afirmado cuanto dialogar con ellos a fin de profundizar en la percepción de la verdad de las cosas” (XV). Al respecto, se quiere destacar, es la importancia del diálogo con la historia para poder llevar a feliz término lo que se busca, que no es más que mantener vigente esta ciencia con quienes son los nuevos sucesores, valorando a quienes desde la antigüedad se han entregado a la investigación de la teología, en este caso, ver como la palabra de Dios ha interpelado a los teólogos. Y a su vez, como ha sido su evolución para llegar a ser considerada como una ciencia. Se deja claro para quienes abordan este tema, que el estudio de la Teología sólo podrá ser comprendida desde la fe, ya que la misma tiene sus cimientos en los apóstoles, quienes fueron formando a sus seguidores en la doctrina que debe custodiar el depósito de la fe cristiana a partir de lo que se conoce como la Tradición. Que según el Catecismo de la Iglesia Católica: "la Tradición, es la que viene de los Apóstoles y de lo que éstos recibieron de la enseñanza y del ejemplo de Jesús y lo que reveló el Espíritu Santo” (#83). Por tal razón, ya desde la antigüedad se hacia teología aunque no se tenía un concepto específico de la misma. Esta Historia de la Teología, según José Illanes y Josep Saranyana abarca tres periodos, los cuales estarían relacionados con las épocas del pensamiento filosófico. En primer lugar, el período patrístico, que se constituye entre el siglo I y VIII, donde se pueden mencionar algunos Padres como San Atanasio, San Cirilo de Jerusalén, San Juan Crisóstomo, San Ambrosio, San Agustín, entre otros. Dicho periodo se llevó a cabo en tres etapas, como lo fue la iniciación o formación de la teología patrística entre el siglo I y IV, por otra parte, la edad de oro a partir del siglo IV donde se conjugan dos factores: la paz por el cese de las persecuciones y la maduración del pensar cristiano, y posteriormente, el período de transición hasta siglo VIII que es el paso de la antigüedad a la edad media. En segundo lugar, el período escolástico, que está comprendido entre el siglo VIII y el XVII, donde surge la Teología Monástica, y con ella surge el comentario a la Sagrada Escritura, y a su vez la lectio, que consiste en la lectura meditada de los textos bíblicos. Entre los iniciadores de este periodo se puede hacer mención de Alcuino de York, Rábano Mauro, San Anselmo de Canterbury, entre otros. Este cambio se dio –se podría decir- en cuatro partes, que son: alta escolástica; entre el año 1100 y el 1300, baja escolástica; entre el año 1300 y el 1500, escuela renacentista; siglo XV, y la escuela barroca, entre el siglo XVI y el XVII. Ya por último, el período moderno-contemporáneo, a partir del siglo XVII, donde ya se inicia un nuevo reto para los teólogos. Momentos de cambio, de luchas de pensamiento entre lo político y cultural, se podría mencionar la guerra de religiones. En tal sentido, se preparó una ruptura espiritual e intelectual en el siglo XVIII.
     En definitiva, el indagar sobre la historia de la teología es un paso fundamental para poder comprender la evolución de la misma, pero en tal sentido, se requiere de un principio fundamental que utiliza toda ciencia, que no es más que la disciplina. No se puede actuar a partir de lo que creemos que sea verdadero o falso. Todo hombre tiene la capacidad de poder descubrir por su propia razón el porqué de todo lo que perciben sus sentidos. En este orden de ideas, no se puede hacer historia de la teología sin historia de la filosofía, o viceversa. José Illanes y Josep Saranyana señalan lo siguiente: “La Historia de la Filosofía y la Historia de la Teología son, en suma, disciplinas distintas, pero relacionadas y que deben estar atentas la una a la otra” (XIII). Por ello, lo metafísico necesita de la razón para poder ser comprendido, ya que la teología tiene que indagar sobre las experiencias humanas. Y por la otra parte, el pensar filosófico al preguntarse por lo real debe ingresar en el campo religioso. Es aquí donde se puede hablar de lo que se conoce  como fe y razón. Como dice el Papa San Juan Pablo II en su Encíclica Fides et ratio: "La fe y la razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad". Por tanto, el reto esta en seguir indagando sobre este tema.
 Smta. José Aparicio Sánchez


LA EXISTENCIA DE DIOS DESDE LA PERSPECTIVA ANSELMIANA. "ENSAYO"


El presente ensayo tiene como finalidad abarcar un período transcendental para el pensamiento teológico desde el siglo XI donde siguen surgiendo las interrogantes acerca de la existencia de un ser superior, que para los cristianos es conocido como Dios. Se debe tener presente que antes de la venida del Mesías, ya existían corrientes de pensamiento que en sus teorías reflejaban la existencia de un ser superior, en este caso se hace mención de la cultura griega, como por ejemplo para el filósofo Aristóteles, ese ser fue llamado motor inmóvil, ya que lo movía todo, pero a él nadie lo mueve. Es natural deducir que esta idea es producto de la razón, desde esta misma realidad se toma la iniciativa de abordar el tema de la existencia desde la premisa de San Anselmo de Canterbury, quien dice que con sólo pensar que existe este ser supremo es suficiente para demostrar que Dios existe. Como diría San Anselmo en su obra proslogion: «Existe, por tanto, verdaderamente un ser por encima del cual no podemos levantar otro, y de tal manera que no se le puede siquiera pensar como no existente; este ser eres tú, ¡oh Dios, Señor nuestro!». Por lo tanto, como se puede salir de esta realidad, si al reflexionar como cristiano se sabe que es completamente verdad. Sin embargo, es cierto que no todos piensan igual. Por esta circunstancia, es que se indagara sobre este tema con la intención de visualizar esta idea anselmiana.
Ahora bien, creo que es necesario, tener una visión de quien fue San Anselmo de Canterbury para concebir de una manera más clara su tesis sobre la existencia de Dios. Este santo nació en Aosta (Italia) en 1033 o 1034. De buena familia y con gran amor al estudio. Entró como monje en la abadía cluniacense de Bec en el 1060. Posteriormente fue elegido abad en el 1078. Fue consagrado arzobispo de Canterbury, donde murió en el año 1109. Tuvo que sufrir dos exilios por razón de las investiduras: el primero entre 1097 y 1100 y el segundo entre 1103 y 1106, hasta que se produjo el arreglo de 1105 sancionado por la monarquía inglesa en 1107. Sus obras han sido editadas en edición crítica, entre  ellas se destacan: en primer lugar, dos grandes tratados sobre Dios, que son el Monologion y el Proslogion; del cual estaremos abordando, que corresponden a la época en que Anselmo se hallaba en Bec. Son asimismo de la época de Bec el De libero arbitrio, el De casu diabólico y el De grammatico. Después, ya como obispo, escribió dos tratados: De Fide Trinitatis y De Processione Spiritus Sancti contra Graecos. Como también algunos opúsculos menores, uno de carácter mariológico, sobre la concepción virginal de la Virgen María y el pecado original, y algunas homilías y oraciones. Y su gran tratado cristológico y soteriológico, redactado en el período episcopal, se titula Cur Deus homo. Ya teniendo esta visión no cabe duda que fuera un hombre sumamente preparado para abordar su tesis a priori sobre la existencia de Dios. Es importante tener en cuenta que este hombre marco el cierre e inicio de una nueva etapa del pensar teológico, ya que con él se cierra el ciclo de la patrística para pasar a la escolástica. Ahora bien, es importante considerar que en esta época no debía ser tan complicado para este Doctor de la Iglesia abordar dicha idea, ya que se mantenía una línea de pensamiento basado en la Palabra de Dios y la práctica de los Padres. Por lo tanto, entra en juego la cuestión de la fe en Dios, y considerando que si no hubo contradicción de la misma, se sostenía el criterio de que no era una herejía, aunque su idea estaba fuera del contexto de las bases de los cristianos. Como lo señala Josep Saranyana en su libro Historia de la teología en relación al argumento que se esta indagando: «intenta demostrar la existencia de Dios a partir de la fe en Dios, con un razonamiento independiente de la autoridad de la Sagrada Escritura o de la tradición patrística». Ante esta realidad es importante dejar claro que no se puede hablar de teología si no hay fe. Y profesar o afirmar una verdad sin argumentos, sólo será posible en el plano de la convicción de creer en aquello que se sabe que existe pero que no se ve. Además, se sabe que en estos primeros siglos de la era cristiana existían pensamientos contrarios al cristianismo, donde es probable que más allá de la formación que los Padres de la Iglesia lograsen impartir, permaneciera cierta inclinación por parte de algunos griegos –por ejemplo- que quisieran en lo oculto mantener vigente su cultura de pensamiento y se hayan colocado en contra de San Anselmo. Es claro, que para muchos es absurdo afirmar algo de lo cual no se pueda dar argumentos. Es por ello, que más adelante, surgen quienes quisieron apoyar esta tesis anselmiana con demostraciones a partir de la creación, por ejemplo, Santo Tomas de Aquino y sus cinco vías, pero no para desprestigiar la idea de San Anselmo, sino para continuar con la defensa de esta premisa. No se puede negar que dentro de la diversidad de pensamientos, esta el denominado ateo, para el cual Dios no existe, sino que refutan que la idea de la existencia de Dios, es un medio para la manipulación del hombre por el hombre. Por lo tanto, es un imposible dialogar con ellos sobre el tema si no se tienen argumentos tangibles, y no inexistentes como el de San Anselmo. Pero como poder negar la existencia de alguien por encima del cual no se puede pensar más nada. Como lo dice uno de los himnos de la liturgia de las horas: «quien diga que Dios a muerto que salga a la luz y vea, si el mundo es o no tarea de un Dios que sigue despierto». Sólo el hecho de contemplar la naturaleza y su perfección es muestra que San Anselmo tenía la convicción de que su teoría era cierta. Por ello, señala en su obra proslogion lo siguiente: «Existe, por tanto, verdaderamente un ser por encima del cual no podemos levantar otro, y de tal manera que no se le puede siquiera pensar como no existente; este ser eres tú, ¡oh Dios, Señor nuestro!». En tal sentido, es que esta premisa se conceptualiza más adelante como el argumento ontológico, que se basa en la  no en la observación del mundo como por ejemplo la cosmología, sino más bien empleando únicamente la razón. Taxativamente, el argumento ontológico razona a partir del estudio del ser. Siguiendo este hilo conductor, es que se le atribuye a San Anselmo en ser el primero en usarlo. Porque él comienza con la declaración de que el concepto de Dios es “un ser tal, que nada mayor puede ser concebido.” Puesto que la existencia es posible, y la existencia es más grande que la no existencia, entonces Dios debe existir. Por consiguiente, es tan bien importante el valor tan grande que San Anselmo le da a Dios, donde no sólo le vasta con hacer valer su existencia sino que se gloria de su grandeza, por ello en su obra Proslogion dice: « ¡oh Señor! , tú solo eres lo qué eres y el que eres, porque el ser que no es el mismo en su todo y en sus partes, el ser sujeto a cambio en algún punto, no puede ser en modo alguno lo que él es. Lo que ha comenzado por la nada, puede ser concebido como no existente, y si no subsiste por el poder de otro, vuelve a la nada. Aquello cuyo pasado no existe, cuyo futuro aún no es, no existe propiamente hablando. En cuanto a ti, tú eres lo que eres, porque todo lo que eres una vez y de algún modo, lo eres entero y siempre». Ahora la interrogante esta en la pregunta que se debe hacer después de varios siglos: ¿qué tan verdadero será este argumento? ¿Hasta que punto se puede mantener esta idea donde la ciencia avanza en la búsqueda de demostrar lo contrario?

En definitiva, creo que se hace necesario una rectificación de este argumento, el cual no creo que este mal ya que el mismo tiene como objetivo principal el tema de la existencia de Dios. Sólo que debe existir buenas explicaciones para que se pueda lograr su finalidad. En la actualidad se vive en un contexto donde quiere imperar el ateísmo bajo la mascara de un supuesto teísmo pero cien por ciento relativista, es decir, el ser humano dice creer en Dios pero en su comportamiento diario demuestra que ese Dios no existe. Por lo tanto, es importante a través del acompañamiento y teniendo evidencias concretas como por ejemplo las cinco vías de Santo Tomas, concientizarlo y de este modo se pueda dar certeza de que el argumento es verdadero. Porque hay quienes se preguntan como es Dios, y como se sabe muy bien la ciencia atea siempre va estar con el interés de demostrar lo contrario. Cada día se acrecienta más las tesis por querer confundirse a la población y los medios de comunicación es el medio que se ha utilizado con máximo alcance para lograr dicho objetivo. Ahora queda por parte de quienes defienden la tesis de que el argumento ontológico de San Anselmo es verdadero, utilizar estos medios de comunicación de una manera imparcial y adaptada a la nueva civilización, utilizando evidencias lógicas, para que así como lo han hecho algunos hombres en el pasado, en el momento actual que se vive también se siga fortaleciendo esta idea anselmiana.


Smta. José Aparicio Sánchez


Pre – Escolástica un paso para la Escolástica

Por medio del presente ensayo se hará un abordaje de lo que es el período escolástico desde la obra: Historia de la Teología de José Ilianes y Josep Saranyana. Podría surgir alguna interrogante del por qué no se hablará del período patrístico. Ante esta realidad, es necesario aclarar que dentro de los estudios teológicos existe una materia que abarca todo lo que tiene que ver con este momento histórico y se hace a profundidad. Sin embargo, y teniendo claro lo que es historia y teología, es fundamental saber que el punto de partida de la historia de la teología tiene sus inicios con la patrística, gracias al aporte de algunos Santos Padres que abren el camino inicial de la teología. Se hace mención, que en sus inicios no fue vista como ciencia, sino que desde el pensar patrístico la teología fue llevada a la praxis como un gran esfuerzo por armonizar la fe cristiana de la cultura helenista de la época, ya que practicaban la cultura griega, que en cierto modo estaba en contraposición de las enseñanzas evangélicas proveniente de los Apóstoles. Esto no quiere decir, que la razón y la fe no deban relacionarse, al contrario, y como ya se ha dicho, una necesita de la otra para comprender la existencia del cosmos, sólo que existen creencias paganas que buscan distorsionar la verdad de la doctrina de la fe. Por lo tanto, pasamos al tema que nos compete esperando abarcar de manera clara y explicativa lo que tiene que ver con este momento de la historia teológica.
Cada período tiene un pre y un pro, por lo tanto, en la pre-escolástica se pueden mencionar algunas características que permitirán comprender cada uno de los acontecimientos que se dieron en su tiempo, como señala Saranyana, dentro de este período se habla de una teología monástica, llevada a cabo por lo monjes y algunos interesados en la materia, por lo tanto, era “un estilo de teologizar característico de los siglos altomedievales y pre-escolásticos” (5). Por consiguiente, esta teología tenía su continuación con la meditación de los textos Sagrados y se basaba como una ciencia pero del corazón. Dentro de este contexto, comienza a darse una evolución en relación a la enseñanza de esta materia porque se da el nacimiento de las escuelas catedralicias, como también, la fundación de las universidades. Todo esto permitió afrontar las cuestiones metafísicas, desconocidas hasta el momento, que llevaron al desarrollo de la lógica. Dichas cuestiones permitían colocar en práctica la dialéctica filosófica como un instrumento -según San Anselmo de Canterbury- necesario para solventar lo que acontecía. De allí, surge el límite entre la monástica y la escolástica. Se hará mención, cómo este período se desarrollo en tres momentos, iniciando con el período carolingio y llegando a la teología de la segunda mitad del siglo XI, teniendo siglo y medio entre ambas donde se descuido la especulación teológica.
La historia de la teología medieval tiene sus inicios a finales del siglo VII con el cambio de la dinastía merovingia por la carolingia, que tuvo lugar en el año 751. Ante esta realidad, se dieron varias sucesiones hasta llegar Carlomagno a la dinastía. Gobernante que supo acoger destacados intelectuales, produciendo grandes frutos tanto en Europa Occidental y Bizancio. Entre los teólogos de esta generación nos encontramos con: Alcuino de York, resaltando como relieve sus escritos comentaristas a la Sagrada Escritura, y además, algunos tratados litúrgicos que sirvieron al emperador para poner en marcha una nueva innovación de la litúrgica sin perder su esencia. Y Rábano Mauro, inspirador de los estudios religiosos y restaurador de la cultura clerical, como también, amplios comentarios a la Sagrada Escritura. Dejando claro que, uno de los fines que buscaban, era la lucha contra las herejías.
Durante este momento histórico se llevaron a cabo algunas controversias teológicas en la cultura carolingia, entre ellas el culto a las imágenes que se llevo a cabo en tres fases: primero, la opresión iconoclasta por León III en el 725; Constantino V en un concilio impuso la iconoclasta en el 753; en este orden de ideas, los vencedores de la ortodoxia católica de esta primera fase fueron San Germán y San Juan Damasceno. Segundo, la restauración católica entre el 780 y el 813, que fue posible por la emperatriz Irene y el patriarca San Tarasio. Por consiguiente, el II Concilio de Nicea (VII Concilio Ecuménico), celebrado el año 787, definió la legitimidad del culto a las imágenes. Y en  tercer lugar, entre el 813-842 se presumió el retorno a la iconoclastia por León el Armenio (813-820) y se alargó por treinta años. En este lapso los defensores de la ortodoxia fueron San Nicéforo y San Teodoro Estudita. La ortodoxia católica triunfó en el 842. El problema iconoclasta fue por la confusión de los términos adoración y veneración. Ya que en el pensamiento griego existían dos tipos de culto, uno a Dios, el otro a la Virgen y a los Santos, es decir, uno absoluto y el otro relativo. En Occidente se daba un tipo de culto similar, latría (adoración) a Dios, dulía (servicio), pero señalando hiperdulía a la Virgen y a los Santos dulía, pero evitando utilizar la adoración sólo para Dios. El Concilio II de Nicea aprobó el culto a las imágenes, dejando claro que las imágenes merecían un tipo de adoración pero de honor a la persona que era venerada detrás de dicha imagen. Hasta aquí la doctrina de los orientales. Por otra parte, la doctrina sancionada por el II Concilio de Nicea fue recibida en Occidente y traducida al latín. La problemática consistía en que los griegos hablasen de adorar. Al respecto surgen tres fases de los decretos del Concilio: Uno, compuesto por los libros carolingios, que se deben a Alcuino en el 790. En ellos se impugnaba todo culto a las imágenes, incluso el culto relativo, y solamente se permitía el uso de ellas. Dos, siguiendo esta polémica se celebró el Concilio de Frankfurt en 794, que condenó la adoración de las imágenes e incluso condenó al Concilio de Nicea, creyendo que éste había permitido su estricta adoración. Y, por último, el Concilio de París en el 825, que repitió la doctrina de los libros carolingios. Sin embargo, a fines del siglo IX se impuso la doctrina sobre el culto de las imágenes.
Continuando estas controversias, nos encontramos con el adopcionismo hispano que tuvo tres protagonistas principales. Por parte adopcionista, el arzobispo Elipando de Toledo (+ 809) y el obispo Félix de Urgel (+818); y, como testigo de la doctrina católica, Alcuino de York. La misma tuvo tres fases, primero, los errores trinitarios descubiertos en las predicaciones de Mangesio, lo cual llevo a una disputa donde Elipando incurrió en errores cristológicos diciendo que Jesús no era hijo natural de Dios. Segundo, Félix dejándose llevar por estas ideas también apoyo esa tesis. Alcuino sí fue defensor en contra de esta herejía. Por lo tanto, León III reunió en Roma, en el 799, un sínodo que condenó con toda claridad el adopcionismo. Esta altercación se extinguió. Otra controversia fue la predestinacionista, con la alteración de unos escritos de San Agustín, dejando saber que la vida eterna dependía de Dios ya que era producto de la predestinación. Aunque se dejo opacar el tema, volvió a resurgir en el siglo IX. El responsable de esta temática fue el benedictino Gothescalco. Esto dio pie para convocar un sínodo en Quierzy-sur-Oise, que tuvo lugar el año 849. Y posteriormente se celebró otro sínodo en la misma ciudad de Quierzy, en el año 853, donde se dejaba claro que Dios predestinó, pero a todos los hombres, ahora bien depende del uso de la libertad de estos, que cada uno logre su salvación. Continuando con este mismo tema, está la controversia eucarística que se llevo a cabo en los años medios del siglo IX, entre los monjes benedictinos Pascasio Radberto y Ratramnio de Corbie. Donde el primero en el 821 escribió un opúsculo, manteniendo la tesis eucarística al señalar: “En él se defiende explícitamente la identidad entre el cuerpo histórico de Cristo y su cuerpo eucarístico y, al mismo tiempo, se sostiene que hay una diferencia entre el modo de estar y ser de Cristo en la Eucaristía y el modo de estar o de ser de Cristo cuando vivía en Palestina” (12). A lo cual se oponía el segundo. Realidad que ya depende de la fe y cómo los sentidos perciben la realidad de la Eucaristía. Por última controversia tenemos el filioque, que lleva una ida al período patrístico ya que había una limitación al decir “Creo en el Espíritu Santo”, sin embargo, lo que se hizo fue ir mejorándolo y alargándolo un poco más. “En concreto, en el Concilio de Friuli (796), Paulino de Aquileya sostuvo el correcto uso de este término y Carlomagno lo hizo incorporar a la liturgia de la misa que se cantaba en la corte de Aquisgrán” (13). Por parte de los griegos fue señalado como una herejía, lo que llevo a la idea de ser eliminada por León III, pero no se cumplió. Dos siglos más tarde, en 1014, y por sugerencia de Enrique II, Benedicto VIII la usó por primera vez en su propia liturgia, es decir, en la Iglesia romana. Dicha disputa, lo que buscaba era defender la Trinidad, definiendo de donde proviene el Espíritu Santo. En definitiva, esto llevo a la separación de Constantinopla y Roma en el siglo XI.
Ahora bien, en los últimos años del siglo IX se inicio una decadencia de la sede romana. Por lo que se habla del siglo de hierro estando el pontífice Formoso, entre el 891-896. Esto fue hasta a mediados del siglo XI, específicamente entre el 936 y el 1002. Se dice que en la segunda mitad siglo X hubo una mejoría. El 909 fue el año de renovación con la puesta en marcha de la reforma de la Iglesia con la fundación de un monasterio benedictino donde se observaba con fidelidad la regla de San Benito. En el 1065 se da un pontificado floreciente con Enrique IV, dejando claro que ya los emperadores no podían entrometerse en las elecciones pontificias. Entre el 1073-1085 llega al papado Gregorio VII, de allí surge la disputa por los oficios eclesiásticos. Además, en el 1075 se publicó un documento que dejaba claro la doctrina pontificia en relación a la superioridad del orden espiritual, y la preeminencia del Papa en la designación de los obispos, entre otros temas. Ante esta realidad el emperador convocó la Dieta de Worms (asamblea de los príncipes del Sacro Imperio Romano Germánico), implicándose en esto los obispos alemanes, quedando excomulgado el emperador por un año. Sin embargo este volvió a la política y nombró un antipapa. Gregorio VII murió en el exilio pero dejando sus raíces firmes, ya que en el pontificado de Calixto II en el 1119-1124 llegó el acuerdo, en relación  a la decisión ya mencionada, estando de emperador Enrique V. Estando en estas lidias, en Inglaterra se disputaba por las investiduras entre los reyes: Guillermo II (1087-1100), Enrique I, (1100-1135) y San Anselmo de Canterbury, (1093-+1109). Desde este contexto, la escolástica daba sus pasos iniciales. Por otra parte, no se puede obviar el Cisma de Oriente que tuvo influencia en la teología. Además en el siglo X no había buenas relaciones entre Bizancio y la Iglesia romana. Ahora bien, superado este siglo de hierro, el Papa Sergio IV envió a Constantinopla su profesión de fe en relación al filioque, profesión que fue rechazada, y además, dio paso para que fuese prohibido por el patriarca el uso del nombre del pontífice en los asuntos legales y la Misa, como el cierre de las iglesias latinas.
Ahora bien, desde toda esta realidad, indagaremos un poco sobre los aportes de San Anselmo de Canterbury, gran teólogo y más destacado pre-escolástico, definiendo la teología como la fe que busca entender. Sus aportes inician con la existencia de Dios a partir de la misma idea de Dios, sin recurrir a la creación como otros. Se catalogó su argumento –según Kant- como ontológico. Segundo, la trinotologia, en relación de los atributos divinos, señalando que Dios en su esencia divina y existencia se identifican en la unidad. En relación a la Trinidad, se mantenía una controversia si era trino o uno. Para él, eran tres personas distintas que se diferenciaban por su esencia. Tercero, la soteriología, partiendo de ella para llegar a la cristología. Porque el hombre por haber pecado en la figura de Adán había perdido la comunión con Él pero no la vida, para ello Dios que fue el primero en amar y buscar todo por medio de la santificación plena ofreció a su Hijo. Lo cual, fue posible por medio de la encarnación. Así que no fue una especie de compra como se creía en los altos medievales, sino una entrega generosa. Cuarto, la mariología donde su doctrina sobre la Inmaculada Concepción no era muy clara, porque siguiendo las líneas de San Agustín, era difícil entender el nacimiento de un niño sin el pecado original. Tesis que fue cambiando más adelante. Y por ultimo, libertad y gracia considerando las controversias en la época carolingia con la predestinación. El concepto de libertad lo aborda por la rectitud de la voluntad, porque nada de lo que se haga en contra de la propia voluntad puede llamarse libre.
En definitiva, estos aportes vividos en un momento histórico, abre nuestro entendimiento a la compresión de lo que en sí es la teología, que en la actualidad es vista como una ciencia. Pero que sus raíces sólo buscan una mejor reflexión de los argumentos errados que se puedan tener. Por eso es, que no se puede vivir el presente a plenitud si no se hace un recorrido por el pasado y como la iglesia ha ido evolucionando con el correr del tiempo. Aunque no ha sido fácil, y en la actualidad menos, sobre todo por la proliferación de tantas corrientes de pensamiento, la teología seguirá dando sus pasos y venciendo obstáculos. No se puede negar que la teología va hacer un conocimiento en bienestar de la verdad, ya que esta es universal. En tal sentido, la teología debe estar al servicio del Magisterio, la Tradición y la Sagrada Escritura, es decir, el Deposito de la Fe.


Smta. José Aparicio Sanchez


EL RENACIMIENTO HASTA LA PRIMERA GENERACIÓN SALMANTINA. "RESUMEN DEL CAPITULO V"


EL TOMISMO BAJOMEDIEVAL


Los primeros pasos:

El influjo indiscutible de los pensadores franciscanos posteriores a Juan Duns Escoto. Por esos mismos años del siglo XIV, comenzaba una lenta recuperación del tomismo. Tomás de Aquino, en efecto, había sido canonizado en 1324, disipándose, de esta forma, todas las dudas sobre la ortodoxia de su síntesis filosófico-teológica.

Dominico San Vicente Ferrer (1350-1419), gran lógico y excelente teólogo. De su reflexión acerca del cisma de Occidente es fruto el tratado De moderno schismate, en el que intentan fundamentar las razones en favor de Benedicto XIII. Pero sus viajes por Italia le permitieron conocer mejor la real situación de la Iglesia, apartando progresivamente su apoyo a Benedicto XIII. Medió para que los dos pontífices llegasen a una solución del cisma; al fracasar en su intento, retiró su apoyo a Benedicto XIII al comprobar que no estaba dispuesto a abdicar en bien de la Iglesia.

Dominico San Antonino de Florencia (1389-1459), dominico, redactor de una importante Summa theologica, que más bien habría que titular Summa moralis. Su interés práctico es notable, sobre todo, porque concede un gran relieve a las cuestiones mercantiles, sociales y financieras. Está dividida en cuatro partes. En la primera estudia el alma, el pecado y la ley. En la segunda trata acerca de los vicios capitales, la mentira, el voto y la infidelidad. La tercera parte analiza los diversos estados del hombre (matrimonio, viudedad, milicia, diversas profesiones, etc.). En la cuarta y última desarrolla las virtudes y los dones del Espíritu Santo.

Sacerdote secular Pedro Martínez de Osma (t 1480)7. El medio donde tuvo lugar esta implantación fue la Facultad de Teología de Salamanca. Osma, que había abandonado el nominalismo, decidió sustituir la «lectura» de las Sentencias lombardianas por la «lectio» de la Summa Theologiae de Santo Tomás.

Tomás de Vio, Cardenal Cayetano (1468-1534):

En Padua se había se había constituido un cenáculo aristotélico, donde destacaron dos profesores: Pedro de Pomponazzi y Tomás de Vio, Cardenal Cayetano. Este segundo quiso ser un tomista fidelísimo, pero se apartó de algunas tesis capitales de Aquino; lo cual le llevó, a la postre, a mantener algunas doctrinas un tanto extrañas. Por ejemplo: Aquino había demostrado la pura espiritualidad del alma y, por consiguiente, su subsistencia después de la muerte; en cambio, Cayetano sostuvo que sólo por la fe podemos afirmar que el alma humana es inmortal. En este sentido se manifestó, por ejemplo, durante la celebración del V Concilio Lateranense (1512-1517), que condenó algunas de las tesis de Pomponazzi.
Con todo, Cayetano impulsó la reforma intelectual y tuvo una influencia posterior enorme, especialmente entre los tomistas. Buena parte de la escolástica salmantina y, sobre todo, el neotomismo del siglo XIX bebieron en la lectura cayetanista de Tomás de Aquino. Estas son las tres tesis teológicas importantes de Cayetano:
a) El constitutivo formal o metafísico de la persona. Es preciso distinguir entre naturaleza y persona, pues, si la naturaleza humana perfecta de Cristo diese lugar automáticamente a una persona, en Cristo habría dos personas.
b) El destino final de los niños fallecidos sin bautismo. Los católicos creemos que después de la muerte hay un interim o duración en que el alma separada subsiste sin habitar en el cuerpo. En este tiempo pueden ocurrir tres cosas: que las almas separadas sean purificadas, si murieron en gracia pero con alguna pena temporal pendiente; que gocen ya de la visión beatífica; o que hayan sido sepultadas definitivamente en el infierno.
c) La prueba de Escritura acerca de la presencia real eucarística. Su teología eucarística sufrió la influencia del Humanismo, particularmente de Lorenzo Valla. Para Valla, y también para Erasmo de Rotterdam, el único y exclusivo sentido de la Sagrada Escritura era el sentido literal. Si una afirmación dogmática no se hallaba literalmente en la Escritura, debía rechazarse.

El tomismo parisino:

Mientras en la Universidad de Salamanca el tomismo se abría camino y la Orden dominicana volvía sus ojos a la doctrina filosófica y teológica del Aquinate, en la Universidad de París se desarrollaba un fenómeno similar, protagonizado por el dominico Pedro Crockaert (f 1514), apodado también Pedro Bruselense. Primero enseñó filosofía en el convento parisino de Santiago de 1504 hasta 1507, y en esta fecha comenzó sus cursos de teología. Crockaert sustituyó, como libro de texto, las Sentencias lombardianas por la Summa Theologiae aquiniana. Además, en 1512 decidió editar la Summa y encargó a Vitoria preparar el texto de la secunda secundae.
Sin embargo, mientras el tomismo seguía su senda, abriéndose paso lentamente, el nominalismo señoreaba los centros intelectuales europeos.

EL NOMINALISMO:

Una cuestión que ha sido ampliamente debatida por la medievalística es si el nominalismo es lo mismo que el ockhamismo. La respuesta es —según Rábade— que, si se entienden los términos con todo rigor, son distintos. El nominalismo estricto se centró en el problema de los universales. En cambio, el ockhamismo fue una doctrina mucho más compleja, que se preocupó fundamentalmente por cuestiones gnoseológicas. Si por nominalismo se entiende una doctrina que reduce la realidad de los conceptos a puros nombres, entonces el ockhamismo sería más bien un conceptualismo que un nominalismo. Pero, si por nominalismo se entiende una filosofía que pone un especial acento en los «nomina», es decir, en los términos, en tal caso nominalismo y ockhamismo serían sinónimos.
Volviendo al nominalismo estricto, éste se podría definir como «una ontología de la cosa singular y concreta, en cuyo estudio y comprensión se dan cita y se complementan una lógica analítica del lenguaje y una teología de la omnipotencia divina para poder explicar muchas propiedades de las cosas, incomprensibles desde el ángulo de la mera singularidad»

Gabriel Biel (ca. 1410-1495) escribió una obra notable, titulada Collectorium circa quattuor libros Sententiarum, que ejerció una marcada influencia sobre Lutero y Melanchton. Cualquiera que se asome ahora a sus páginas quedará sorprendido por la claridad de exposición, el orden del discurso, la precisión terminológica y la linealidad de la argumentación. Constituye, sin duda, la obra de un gran maestro universitario y el fruto maduro de una larga experiencia docente.

RENACIMIENTO, LUTERANÍSIMO, HUMANISTAS Y CONTROVERSISTAS

 El Renacimiento y el Humanismo:

El paso de la historia medieval a la historia moderna está marcado por tres hechos capitales:

El primero se presenta en el plano económico-social y consiste en el desarrollo del precapitalismo debido al surgimiento de una nueva técnica financiera y bancaria, y al aporte de nuevos metales preciosos procedentes de América; el segundo, más estrictamente político, es la formación de conglomerados estatales fuertes a partir de un territorio compacto y de una centralización burocrática, constituyendo los llamados Estados nacionales; el tercero se sitúa en el plano estrictamente espiritual y consiste en la irrupción de una nueva filosofía, mejor, de una nueva concepción de la vida y de una nueva civilización, que se conocen con el nombre de Humanismo y de Renacimiento.
Para comprender el cambio operado al fin del Medievo, conviene recordar que la concepción medieval de la vida y del mundo había sido una concepción esencialmente universalista y jerárquica. En ella, el hombre en cuanto tal, y no sólo el individuo, carecía de valor autónomo y se insertaba como una parte simple e insignificante de un universo mucho más amplio. Con el Humanismo, en cambio, se asistió a una inversión de tal situación: el hombre pasó a ser el centro, el eje de la filosofía y de la concepción del mundo.
Con su interés por la cultura clásica, el Humanismo fomentó la polémica con la escolástica medieval. Es indiscutible que la escolástica había apreciado las autoridades clásicas —recuérdese, por ejemplo, la euforia parisina por la traducción de Aristóteles—. Con todo, el Humanismo renacentista rechazó la escolástica coetánea, es decir, la escolástica nominalista del siglo XIV, por considerarla artificialmente sutil, y, con ella, abominó también de la filosofía del Estagirita, oponiéndole la filosofía de Platón, cuyas obras completas comenzaban entonces a ser conocidas. Los humanistas pretendían, en definitiva, una recuperación de la cultura antigua y de la literatura greco-latina, pero con distingos.

El luteranismo y otras confesiones protestantes:

a) Consideraciones generales

Mucho se ha especulado sobre los orígenes del luteranismo. Algunos historiadores evangélicos han atribuido la protesta religiosa alemana al despotismo de los papas; otros, por el contrario, han rastreado sus causas en las condiciones político-sociales del siglo XV y en la especial idiosincrasia del pueblo alemán; no han faltado quienes han descubierto sus raíces en la decadencia teológica del siglo XV, especialmente entre los cultores del nominalismo, y en la influencia de las tesis conciliaristas; otros, finalmente, han rastreado sus orígenes en sinceros anhelos de reforma religiosa que no fueron adecuadamente canalizados.
Martín Lutero trastocó el orden religioso europeo, y una serie de naciones de antigua tradición cristiana se separaron de la obediencia de Roma. La trascendencia de la Reforma luterana ha sido, evidentemente, valorada de muy forma distinta, y hasta contradictoria, por católicos y protestantes.

b) La teología luterana

La teología de Lutero afectó a buena parte de toda la teología católica. En primer lugar, a la doctrina sobre la justificación, con una nueva interpretación de Rom 1,17: «Pues en El [en Cristo] se revela la justicia de Dios de la fe hacia la fe, como está escrito: "El justo vivirá de la fe"». La expresión «justicia de Dios» es una de las más importantes empleadas por San Pablo y encierra en sí gran riqueza de significado. En la tradición cristiana se había interpretado fundamentalmente de dos maneras: bien como aquella perfección divina por la que Dios cumple siempre sus promesas; bien como el estado de justicia en que el hombre es constituido en virtud de la gracia infundida por Dios. Lutero, en cambio, entendió la justicia de Dios en sentido activo, como atributo divino, según el cual Dios es justo en Sí mismo y castiga a los pecadores y a los injustos.

c) Evolución heterodoxa del luteranismo

Dos podían ser, en principio, las posibles direcciones de la Reforma luterana, quizá entre sí contradictorias: por un lado, fortalecer la autoridad de los príncipes territoriales alemanes, contra el esquema medieval del subordinacionismo universal a la autoridad del emperador; por el otro, extremar algunos motivos liberadores del luteranismo, hasta convertirlo en un movimiento de reivindicación económico-social, de carácter más o menos milenarista.

d) Orígenes del calvinismo

Lutero tuvo muchos discípulos, pero no todos fueron igualmente influyentes. Entre ellos, quizá haya sido Juan Calvino el de un influjo más notable y duradero.

Juan Calvino (1509-1564), francés refugiado en Ginebra después de una breve permanencia en Basilea y en Ferrara, aceptó las tesis principales de Zwinglio y buena parte de las luteranas, y desarrolló en su Institutio religionis christianae (1536) una nueva doctrina reformada, que, por el nombre de su creador, se llama calvinismo. En ella se devalúa notablemente la índole carismática de los sacramentos y se establece una rígida doctrina predestinacionista, basada en el triunfo intramundano de los fieles. La iglesia calvinista se diferenció de la luterana por la aceptación de la elección democrática de los ministros, que sólo tienen poderes de vigilancia, y por el fuerte sentido teocrático de la sociedad, confundiendo, en la práctica, el poder político con el poder temporal.

 Polémicas teológicas de los luteranos con los humanistas:

En estos años hubo dos polémicas teológicas importantes protagonizadas por los humanistas. La primera, por Reuchlin; la segunda, por Erasmo de Rotterdam.

Juan Reuchlin (1455-1522) había estudiado latín y griego en Francia y en Italia. Estaba de regreso en Alemania en 1492, donde fue recibido con singulares honores por el emperador. Entonces comenzó a interesarse por el hebreo y se inició en los círculos cabalistas, intentando desentrañar el significado profundo del tetragrama (JHVH). Dios habría enseñado a Moisés el arte de ordenar las letras dotándolas de virtud mágica. Esta ciencia oculta habría pasado a los Setenta y después a ciertas comunidades esotéricas.

La otra polémica teológica antes citada tuvo lugar entre el mismo Lutero y Erasmo de Rotterdam (1467-1536). Las relaciones directas entre ambos comenzaron en 1519, cuando el Reformador escribió al Humanista interesándole en su causa. La respuesta de Erasmo fue más bien evasiva. En los años siguientes, Erasmo recibió todo tipo de presiones para que tomase partido contra Lutero. Finalmente se decidió a intervenir y, a finales de 1523, comenzó su Conferencia o diálogo sobre el libre arbitrio, que terminaría en febrero del año siguiente. En ella, Erasmo definía el libre albedrío como «la facultad o capacidad que tiene el hombre de aplicarse a las cosas que miran a la vida eterna, o a las que le apartan de ella».

Los controversistas católicos:

La diatriba de Lutero con los teólogos católicos alemanes comenzó pronto. La primera gran disputa teológica tuvo lugar en Leipzig en 1519, en la que tuvo como contrincante a Juan Eck (1486-1543). Eck, excelente párroco y buen teólogo, desarrolló, en polémica con Lutero, la idea de que la gracia no supone limitación alguna a la voluntad y al ejercicio de la libertad. Buena parte de su esfuerzo consistió en predicar que se pueden armonizar Dios y el hombre, la gracia y la voluntad. También comprendió la importancia teológica del primado petrino, frente a las pretensiones de los novadores.
Su argumentación fue, en este campo, no sólo especulativa, sino sobre todo positiva, retrocediendo hasta argüir con aquellas fuentes que realmente eran reconocidas por Lutero: la Sagrada Escritura, sobre todo, y, en cierto modo, los antiguos concilios y los Padres.

Juan Codeo (1479-1552). Convertido de su primera etapa humanista, quizá proclive a la causa protestante, pasó a dedicar todas sus energías, desde 1521, a combatir a los luteranos, empeñando en ello su fortuna personal y toda su influencia. De estilo agresivo y de escasos conocimientos teológicos al principio, se enriqueció especulativamente con el paso del tiempo, aunque siempre conservó el estilo excesivamente detallista característico de los filólogos, prefiriendo la refutación palabra por palabra a los grandes vuelos controversistas.
Su evolución espiritual fue notable, renunciando incluso, al final de su vida, a la publicación de sus propias obras para patrocinar la edición de escritos polémicos de mayor interés católico.

Ambrosio Catarino (1487-1553), espíritu independiente, trabajó sobre gran número de cuestiones. Ha pasado a la posteridad por haber sostenido que un fiel puede conocer con certeza, o sea, con fe divina, pero sin revelación particular, si está o no en gracia habitual; que el pecado original originante, es decir, el pecado actual de Adán, sólo se imputa extrínsecamente a su descendencia; y que basta, para la válida administración de los sacramentos, la mera atención exterior del ministro. Contra la escuela dominicana, defendió la Inmaculada Concepción. También distinguió dos clases de predestinación: una absoluta, de aquellos hombres que Dios quiere salvar a toda costa; y la predestinación relativa, o sea, la de los que se pueden salvar, pero cuyo número no ha sido fijado por la voluntad divina.

Pedro de Soto o de Sotomayor (1496/1500-1563) fue el típico representante del renacimiento teológico español del siglo XVI y activo colaborador del Concilio de Trento en sus tres etapas. Durante la primera de ellas, se manifestó partidario de que fuese declarada de iure divino la obligatoriedad de la residencia episcopal, que consideró, además, como remedio fundamental para la reforma in capite et in membris de la Iglesia. Conocía bien la teología agustiniana y la tomista y, por ello, estuvo muy sensibilizado en la tema de las relaciones entre la libertad y la gracia, manteniendo una intensa y amistosa polémica con el lovaniense Ruardo Tapper (f 1559).

Fue, por tanto, un gran apologista de la fe católica, buen conocedor de los argumentos luteranos y un hábil controversista. En sus escritos, tanto académicos (Lecciones de Dillinga, por ejemplo) como de otra índole, se aprecia un excelente conocimiento de la tradición eclesiástica y de los actos magisteriales de las distintas épocas. En la doctrina de la gracia está todavía lejos de las sutilezas de la controversia de auxiliis, pero se inscribe ya en la corriente teológica que después será ampliamente desarrollada por Báñez.

Smta. José Aparicio Sánchez
















































Linea de tiempo, edad contemporánea. Siglo XX









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